miércoles, 19 de noviembre de 2014

El boicot, ¿en manos del consumidor?

Por Miguel Ángel García Vega. Publicado originalmente en  Ethic

Los consumidores han vuelto a las barricadas. Como en otros tiempos. Pero en estos días con la tecnología como estandarte. Diversas aplicaciones móviles para tabletas y smartphones permiten decidir qué comprar y sobre todo qué obviar. Porque su gran poder es la negación. Su capacidad de boicot. Lo han sentido empresas, productos e incluso países.
Los 51 días de guerra el pasado verano entre Israel y Palestina dejaron, además de más de 2.100 palestinos y 72 israelíes muertos, un enfrentamiento comercial. El movimiento Boicot, Desinversión y Sanciones (DBS) llamó a dejar de comprar productos israelitas fuera del país. Y también tuvo su réplica. Daniel Cohen, un rabino de New Jersey, diseñó la aplicación Am Yisrael Buy, la cual permite identificar los artículos israelíes que se venden en Estados Unidos. Es una forma de comprar made in Israel. «Cuando me di cuenta de que había aplis que se utilizaban para boicotear los productos fabricados en mi país supe que tenía que actuar», explica. «Hay muchas organizaciones favorables a Israel. Usan aplicaciones y pensé que era la forma perfecta de enviar información ahí fuera».
Porque la presión en el otro lado del conflicto resulta poderosa. El año pasado, las reacciones adversas a la ocupación israelí provocaron que se bloqueara en Europa la inauguración de tiendas de la casa de cosmética Ahava y la firma de seguridad privada G4S vio cómo algunos países cancelaban pedidos. «Israel se está sintiendo especialmente vulnerable por el efecto del DBS, un movimiento no violento aferrado al derecho internacional», declaraba el palestino Omar Barghouti, uno de  los fundadores de la iniciativa boicoteo y sanciones, a la agencia EFE.
Este relato evidencia el poder geoeconómico del consumidor y cómo surgen herramientas que fomentan la desconfianza o el sentido crítico. «Incluso en Internet hay comparadores de comparadores. Un buen detalle que revela hacia dónde se dirige el futuro en las empresas y en la sociedad civil», describe Ángel David López, socio responsable de Industria de la consultora Everis. El augurio del cambio.
«Estamos entrando en un tiempo nuevo en el mundo de los negocios. Lo llamamos: La era del consumidor», observa Thomas Husson, analista principal de la consultora inglesa Forrester. «Las redes sociales, el teléfono móvil y las nuevas tecnologías le han dado la fuerza necesaria para transformar radicalmente cualquier negocio». Nada será igual porque las personas, apoyadas por lo tecnológico, se han convertido en un instrumento que señala con el dedo aquellos comportamientos, empresas y artículos que no les gustan.

Bajo este argumento se entiende el poder que atesora una sencilla apli que lee los códigos de barra de un producto y revela su origen. Los multimillonarios estadounidenses Charles y David Koch, dueños de Koch Industries, han sentido en sus carnes esa nueva influencia; la fortaleza de un lobby digital que se reúne entorno a la pantalla de un smartphone. En mayo de 2013 se lanzó Buycott. Una aplicación que permitía escanear el código de barras de un producto y saber en tiempo real de qué empresa procede y sí tenía relación con los hermanos Koch, los dos principales (y controvertidos) donantes del partido republicano. «Por primera vez se pudo decidir la compra por razones ideológicas», sostiene el consultor político Antoni Gutiérrez-Rubí. «Por primera era posible premiar o castigar a una empresa de una manera sencilla a través de un simple gesto y desde el propio bolsillo: con el móvil y con el dinero».
Los consumidores han quitado la coraza a las compañías y a partir de estasaplis corporaciones como Monsanto, y sus controvertidas semillas modificadas genéticamente, han sentido este arrinconamiento. Pese a todo, se defienden de su mala imagen. «Los desarrollos de estas simientes modificadas no corresponden solo a la industria privada sino también a la investigación pública, donde multitud de centros estatales de todo el mundo, incluido España, llevan trabajando durante años», apunta Carlos Vicente Alberto, responsable de Sostenibilidad en Europa y Oriente Medio de Monsanto, quien da varias cifras para rebajar esa presión. «En 2012, la superficie de cultivo genéticamente modificada aumentó cien veces frente a 1996, cuando se cultivaron 1,7 millones de hectáreas». Algo que según Henk Hobbelink, coordinador de la ONG Grain, «es causa de temor, ya que compromete el futuro de la alimentación mundial». Y advierte: «No queremos ese tipo de cultivos, ni ese tipo de alimentación ni, desde luego, esa clase de corporaciones».
Lejos de controversias, la irrupción de este mundo de las aplicaciones está obligando a muchas empresas a explicar más que nunca su comportamiento. Convertidos estos programas informáticos en una especie de guardianes entre el centeno, un consumidor ‘semiprofesional’ —como lo denomina la consultora de mercado Nielsen— se abre paso. «Es alguien que busca información sobre el producto pero no se conforma; sabe lo que quiere», relata Alfonso Delgado, director de Nuevos Desarrollos de Negocio de Nielsen. Una situación que unida a las nuevas tecnologías cambia el álgebra del comercio. «La generalización del acceso a Internet compensa en parte la asimetría en la información y, por tanto, el poder que tiene el vendedor sobre el comprador», incide José Luis Blasco, socio responsable de Gobierno, Riesgo y Cumplimiento de KPMG.
Ese elemento democratizador es quizá la gran virtud que enlaza Internet y el consumo. Sin olvidar, desde luego, su crecimiento maltusiano. En España, acorde con Nielsen, la penetración de la Red ya alcanza al 84% de los hogares y en el caso de los smartphones llega al 54%. Esta vieja piel de toro es el país europeo que más utiliza estos dispositivos. ¿Cómo no va a trasladar mayor poder a los consumidores? ¿Cómo no va alterar el statu quo entre cliente y enseña? «La relación entre consumidor y marcas ha cambiado, ahora es líquida (las enseñas no pueden controlar por dónde fluye, qué canal, en qué momento y qué contenido), non-stop (consultamos, compramos y opinamos en todo momento), social, móvil y además multicanal (queremos informarnos y comprar por cualquier canal)», reflexiona José Luis Sancho, managing director de Accenture Digital.
Desde luego, como en todas las actividades económicas, hay escépticos. «De un lado», matiza el tecnólogo Enrique Dans, «están quienes aseguran que el consumidor nunca había tenido tanto poder y de otro quienes piensan, por ejemplo, que Twitter es una tormenta que durará solo tres días». Algo que va contra la realidad de los tiempos. Porque según datos de la famosa red social, que cita Manuel Rodríguez Contra, experto en consumo de PricewaterhouseCoopers (PwC), el 67% de sus usuarios sigue a alguna marca. Lo que no está claro es el peso de esos mensajes. «Todavía creemos más en los medios convencionales que en las redes, que son las que suelen empezar el lío», critica Xavier Oliver, profesor del IESE. Pero mientras se dilucida si son galgos o podencos, el mundo continúa girando alrededor de sus propios himnos y algunas tendencias cuajan como la nieve en diciembre.
Con más poder en las manos, los consumidores escogen lo verde y lo ecológico. Fuera de España ganan peso, por ejemplo, propuestas en restauración en las que solo se sirve lo que se cultiva en el jardín del restaurante o platos de sushi con códigos QR comestibles que especifican el origen del pescado, la fecha de la captura y la calidad del agua. A partir de manejar más información, se impone una tendencia que lleva a saltarse a los intermediarios e ir directo a los artículos y los productores. Un buen caso es Good Eggs (www.goodeggs.com). En esta plataforma se pueden comprar toda clase de productos ecológicos (verduras, huevos) y, además, aparece la fotografía del agricultor propietario de la huerta junto a sus datos. «Algo impensable en el mundooff-line», remacha José Luis Sancho, de Accenture Digital.
Sin embargo, por sorpresa, en este universo de lo verde, ha irrumpido un aliado inesperado: la marca blanca. En el Reino Unido las grandes superficies se percataron de que el concepto sostenibilidad era percibido positivamente por el cliente y por tanto podía utilizarse para competir con artículos ‘caros’. También se dieron cuenta de dos fallos. Que tenían un precio superior a los productos ‘normales’ y que a veces sus cualidades organolépticas dejaban bastante que desear. Desde entonces, esta marca del distribuidor busca encontrar su particular cuadratura del círculo. ¿Cómo? Estos grandes espacios «se esfuerzan en vender un producto idéntico (es el espíritu de la enseña blanca), sostenible y a un precio asequible, y para esto último se valen de su gran poder de compra», desgrana José Luis Blasco, de KPMG.
Porque hay una ecuación que lleva a un mismo resultado: mayor poder de decisión en las manos del consumidor supone más inclinación hacia lo sostenible y lo ecológico. «El surgimiento de este mundo online y global donde las barreras de entrada a cualquier negocio son cada vez menores hace que se beneficie ese espacio verde», resalta Pablo González, socio de consultoría de EY. Siempre, claro, que se sigan algunas reglas. «El consumo debe ser creíble y estar bien explicado y la propuesta de valor y precio ha de ser ajustada para alcanzar un público masivo», recomienda Javier Rovira, profesor de Marketing de ESIC.
Aunque con precaución, alguien podría escribir un pequeño trabalenguas:«lo verde vende bien». En este trampantojo el compromiso social es una derivada irrenunciable de este consumidor que aumenta su cuota de poder. El gigante cafetero Starbucks ha sido en los últimos meses el pim-pam-pum de infinidad de organizaciones internacionales y activistas. Se ha puesto en duda lo que pagan a los agricultores por sus cosechas de café y  sus condiciones de trabajo. Al tiempo ha diseñado una estructura (legalmente posible y moralmente reprochable) para eludir el pago de impuestos corporativos. Abrumado por la presión, la firma cafetera se ha comprometido a revisar esa elusión fiscal. La OCDE quiere que paguen impuestos allí donde los generen. Nada de facturar cientos de millones de euros en, por ejemplo, España y declararlos en Irlanda (que se acaba de comprometer a ir eliminando su paraíso fiscal de aquí a 2020) para beneficiarse de un impuesto de sociedades del 12,5% en vez del 30% como ocurre en nuestro país. Idéntico sendero están recorriendo Google, Amazon y Apple. Aunque, por ahora, las buenas intenciones permanecen lejos de los hechos. ¿Por cuánto tiempo?
La historia reciente deja lecciones que pueden, muy bien, aplicarse a este caso. La apli Boycott SOPA (una de las primeras aplicaciones diseñadas como instrumento de boicot) creada por los estudiantes canadiensesChristopher Thompson y Chris Duranti consiguió en una sola semana 12.000 descargas como instrumento contra la ley antipiratería de Estados Unidos (SOPA). El programa identificaba, a través de donaciones a los congresistas, a las empresas que sí la apoyaban. De esta forma los usuarios podrían dejar de comprar sus productos. Ahora bien, ¿este activismo sería posible en España?
Coca-Cola ha visto caer sus ventas un 49% en Madrid como respuesta a los despidos en algunas de sus embotelladoras y el cava se ha resentido por la dinámica secesionista catalana. Dos casos. ¿Dónde está el límite? «El boicot, si es de David contra Goliat, es legítimo. Es una valiente batalla que se instala en el terreno de juego del mercado para hacer tambalear alguna cuenta de resultados», narra Gustavo Duch, coordinador de la revista Soberanía Alimentaria. «Pero el golpe preciso surge con el olvido, cuando ya no quieren ganar porque simplemente los davides y las davides ignoran a mercadonas, carrefoureso monsantos. Es el boicot en la mente. Porque lo que más temenmercadonas, carrefoures o monsantos es que descubramos que lejos de ellos se vive mejor». Les aterra el olvido.


lunes, 13 de octubre de 2014

Jules Bianchi y el espectáculo debe continuar

Alvin Reyes

El domingo 5 de octubre la ciudad de Suzuka, Japón, estaba bajo amenaza de tifón. Ese mismo día se corría en esta ciudad el Gran Premio de Automovilismo Formula 1. Las imágenes de televisión nos transmitían la espesa lluvia que mojaba la pista y los cientos de miles de fanáticos apretujados en las gradas con impermeables, gorras, sombrillas, mojándose sin piedad bajo la lluvia, pero sonrientes y alborotados cuando las cámaras les enfocaban, saludaban con esa sonrisa que solo los orientales pueden transmitir.

Las condiciones de la pista eran tan críticas que la carrera se lanzó a la hora señalada (Sin ninguna referencia a Gary Cooper)  con un auto de seguridad por delante. Y aquí viene mi primera observación: Si una carrera de autos consiste en llegar primero a la meta después de una serie de vueltas, entonces qué sentido tiene iniciar una carrera a baja velocidad con un auto franqueando los corredores y con prohibición de adelantamientos. Pero no, la gente que estaba en las gradas pagó para ver autos corriendo, la televisión pagó para ver un espectáculo motorizado y se les iba a dar uno, aunque fuese a baja velocidad. Y luego…la tragedia. El auto de Adrian Sutil se salió de la pista y cuando una grúa intentaba sacarlo del lugar el auto de Jules Bianchi se estrelló contra la grúa y hoy, al momento de escribir estas líneas, el joven piloto francés aun lucha por su vida.

Es la famosa frase “El espectáculo debe continuar” la que se impone. Por encima de la seguridad de la pista, por encima de las vidas de los pilotos. Y viene un vivo y me dice “si Alvin pero son pilotos profesionales, ellos saben el riesgo a que se enfrentan”. Es verdad pero dentro de límites de seguridad mínimos. No se puede correr por correr cuando no hay condiciones. Lo que pasa es que hay demasiado dinero envuelto y eso si es más importante para las corporaciones televisivas que una vida humana.

Por ejemplo este 11 de octubre  se jugó un partido de futbol entre Argentina y Brasil en China a pesar de que las autoridades chinas “emitieron una alerta naranja de contaminación, el segundo nivel más alto, ya que la calidad del aire este jueves era 18 veces superior al nivel de seguridad recomendado. “Uno de los consejos que los responsables del control de la polución nos dieron es que la gente debe quedarse puertas adentro y eso es lo que hemos hecho”, aseguró el médico de la Canarinha, Rodrigo Lasmar. Pero el DT de la Selección, prefirió mirar para otro lado. “La contaminación no es un factor”, dijo. Punto y aparte. A hablar de fútbol, entonces.” (Tiempos difíciles).

O sea la contaminación era superior 18 veces el nivel recomendado y como quiera jugaron porque los chinos habían pagado para ver a Messi y a Neymar……..


La vida liquida moderna, movida por las ganancias monetarias y el culto al espectáculo, no tiene nada que ver con los seres humanos, los atletas no tienen otra cosa que hacer más que estar disponibles para nosotros cuando queramos y en las condiciones que querramos aun a riesgo de su propia vida. Si la gente paga se le dará lo que quieran ver  y cuando lo quieran ver. No sabemos si Jules Bianchi fallecerá, pero si esto sucede veremos a los magnates de la Formula 1 asistir a los funerales y luego partir, genuflexos, cabizbajos bajo los árboles lamentando el fin de tan joven carrera.

domingo, 28 de septiembre de 2014

“Convertimos problemas cotidianos en trastornos mentales”

Reproducimos aquí, sin permiso, y qué?, una entrevista realizada por El País al psiquiatra estadounidense Allen Frances (Nueva York, 1942)  quien dirigió durante años el Manual Diagnóstico y Estadístico (DSM), en el que se definen y describen las diferentes patologías mentales. Lea la entrevista y entérese de como las farmacéuticas en complicidad con los médicos nos hacen echar manos de píldoras para cualquier problema cotidiano.

Pregunta. En el libro entona un mea culpa, pero aún es más duro con el trabajo de sus colegas en el DSM V. ¿Por qué?

Respuesta. Nosotros fuimos muy conservadores y solo introdujimos dos de los 94 nuevos trastornos mentales que se habían sugerido. Al acabar, nos felicitamos, convencidos de que habíamos hecho un buen trabajo. Pero el DSM IV resultó ser un dique demasiado endeble para frenar el empuje agresivo y diabólicamente astuto de las empresas farmacéuticas para introducir nuevas entidades patológicas. No supimos anticiparnos al poder de las farmacéuticas para hacer creer a médicos, padres y pacientes que el trastorno psiquiátrico es algo muy común y de fácil solución. El resultado ha sido una inflación diagnóstica que produce mucho daño, especialmente en psiquiatría infantil. Ahora, la ampliación de síndromes y patologías en el DSM V va a convertir la actual inflación diagnóstica en hiperinflación.

P. ¿Todos vamos a ser considerados enfermos mentales?

R. Algo así. Hace seis años coincidí con amigos y colegas que habían participado en la última revisión y les vi tan entusiasmados que no pude por menos que recurrir a la ironía: habéis ampliado tanto la lista de patologías, les dije, que yo mismo me reconozco en muchos de esos trastornos. Con frecuencia me olvido de las cosas, de modo que seguramente tengo una predemencia; de cuando en cuando como mucho, así que probablemente tengo el síndrome del comedor compulsivo, y puesto que al morir mi mujer, la tristeza me duró más de una semana y aún me duele, debo haber caído en una depresión. Es absurdo. Hemos creado un sistema diagnóstico que convierte problemas cotidianos y normales de la vida en trastornos mentales.

P. Con la colaboración de la industria farmacéutica...

R. Por supuesto. Gracias a que se les permitió hacer publicidad de sus productos, las farmacéuticas están engañando al público haciendo creer que los problemas se resuelven con píldoras. Pero no es así. Los fármacos son necesarios y muy útiles en trastornos mentales severos y persistentes, que provocan una gran discapacidad. Pero no ayudan en los problemas cotidianos, más bien al contrario: el exceso de medicación causa más daños que beneficios. No existe el tratamiento mágico contra el malestar.

P. ¿Qué propone para frenar esta tendencia?

R. Controlar mejor a la industria y educar de nuevo a los médicos y a la sociedad, que acepta de forma muy acrítica las facilidades que se le ofrecen para medicarse, lo que está provocando además la aparición de un mercado clandestino de fármacos psiquiátricos muy peligroso. En mi país, el 30% de los estudiantes universitarios y el 10% de los de secundaria compran fármacos en el mercado ilegal. Hay un tipo de narcóticos que crean mucha adicción y pueden dar lugar a casos de sobredosis y muerte. En estos momentos hay ya más muertes por abuso de medicamentos que por consumo de drogas.

P. En 2009, un estudio realizado en Holanda encontró que el 34% de los niños de entre 5 y 15 años eran tratados de hiperactividad y déficit de atención. ¿Es creíble que uno de cada tres niños sea hiperactivo?

R. Claro que no. La incidencia real está en torno al 2%-3% de la población infantil y sin embargo, en EE UU están diagnosticados como tal el 11% de los niños y en el caso de los adolescentes varones, el 20%, y la mitad son tratados con fármacos. Otro dato sorprendente: entre los niños en tratamiento, hay más de 10.000 que tienen ¡menos de tres años! Eso es algo salvaje, despiadado. Los mejores expertos, aquellos que honestamente han ayudado a definir la patología, están horrorizados. Se ha perdido el control.

P. ¿Y hay tanto síndrome de Asperger como indican las estadísticas sobre tratamientos psiquiátricos?

R. Ese fue uno de los dos nuevos trastornos que incorporamos en elDSM IV y al poco tiempo el diagnóstico de autismo se triplicó. Lo mismo ocurrió con la hiperactividad. Nosotros calculamos que con los nuevos criterios, los diagnósticos aumentarían en un 15%, pero se produjo un cambio brusco a partir de 1997, cuando las farmacéuticas lanzaron al mercado fármacos nuevos y muy caros y además pudieron hacer publicidad. El diagnóstico se multiplicó por 40.

P. La influencia de las farmacéuticas es evidente, pero un psiquiatra difícilmente prescribirá psicoestimulantes a un niño sin unos padres angustiados que corren a su consulta porque el profesor les ha dicho que el niño no progresa adecuadamente, y temen que pierda oportunidades de competir en la vida. ¿Hasta qué punto influyen estos factores culturales?

P.
 ¿En la medicalización de la vida, no influye también la cultura hedonista que busca el bienestar a cualquier precio?

R. Sobre esto he de decir tres cosas. Primero, no hay evidencia a largo plazo de que la medicación contribuya a mejorar los resultados escolares. A corto plazo, puede calmar al niño, incluso ayudar a que se centre mejor en sus tareas. Pero a largo plazo no ha demostrado esos beneficios. Segundo: estamos haciendo un experimento a gran escala con estos niños, porque no sabemos qué efectos adversos pueden tener con el tiempo esos fármacos. Igual que no se nos ocurre recetar testosterona a un niño para que rinda más en el fútbol, tampoco tiene sentido tratar de mejorar el rendimiento escolar con fármacos. Tercero: tenemos que aceptar que hay diferencias entre los niños y que no todos caben en un molde denormalidad que cada vez hacemos más estrecho. Es muy importante que los padres protejan a sus hijos, pero del exceso de medicación.

P. En los últimos años las autoridades sanitarias han tomado medidas para reducir la presión de los laboratorios sobre los médicos. Pero ahora se han dado cuenta de que pueden influir sobre el médico generando demanda en el paciente.

R. Cierto, pero el cambio cultural es posible. Tenemos un magnífico ejemplo: hace 25 años, en EE UU el 65% de la población fumaba. Ahora, lo hace menos del 20%. Es uno de los mayores avances en salud de la historia reciente, y se ha conseguido por un cambio cultural. Las tabacaleras gastaban enormes sumas de dinero en desinformar. Lo mismo que ocurre ahora con ciertos medicamentos psiquiátricos. Costó mucho hacer prosperar la evidencia científica sobre el tabaco, pero cuando se consiguió, el cambio fue muy rápido.

P. Y también tendrán que cambiar hábitos.

R. Sí, y déjeme decirle un problema que he observado. ¡Tienen que cambiar los hábitos de sueño! Sufren ustedes una falta grave de sueño y eso provoca ansiedad e irritabilidad. Cenar a las 10 de la noche e ir a dormir a las 12 o la una tenía sentido cuando hacían la siesta. El cerebro elimina toxinas por la noche. La gente que duerme poco tiene problemas, tanto físicos como psíquicos. 

R. Los seres humanos somos criaturas muy resilientes. Hemos sobrevivido millones de años gracias a esta capacidad para afrontar la adversidad y sobreponernos a ella. Ahora mismo, en Irak o en Siria, la vida puede ser un infierno. Y sin embargo, la gente lucha por sobrevivir. Si vivimos inmersos en una cultura que echa mano de las pastillas ante cualquier problema, se reducirá nuestra capacidad de afrontar el estrés y también la seguridad en nosotros mismos. Si este comportamiento se generaliza, la sociedad entera se debilitará frente a la adversidad. Además, cuando tratamos un proceso banal como si fuera una enfermedad, disminuimos la dignidad de quienes verdaderamente la sufren.

P. Y ser etiquetado como alguien que sufre un trastorno mental, ¿no tiene también consecuencias?

R. Muchas, y de hecho cada semana recibo correos de padres cuyos hijos han sido diagnosticados de un trastorno mental y están desesperados por el perjuicio que les causa la etiqueta. Es muy fácil hacer un diagnóstico erróneo, pero muy difícil revertir los daños que ello conlleva. Tanto en lo social como por los efectos adversos que puede tener el tratamiento. Afortunadamente, está creciendo una corriente crítica con estas prácticas. El próximo paso es concienciar a la gente de que demasiada medicina es mala para la salud.

P. No va a ser fácil…

R. Hay estudios que demuestran que cuando un paciente pide un medicamento, hay 20 veces más posibilidades de que se lo prescriban que si se deja simplemente a decisión del médico. En Australia, algunos laboratorios requerían para el puesto de visitador médico a personas muy agraciadas, porque habían comprobado que los guapos entraban con más facilidad en las consultas. Hasta ese punto hemos llegado. Ahora hemos de trabajar para lograr un cambio de actitud en la gente.

P. ¿En qué sentido?

R. Que en vez de ir al médico en busca de la píldora mágica para cualquier cosa, tengamos una actitud más precavida. Que lo normal sea que el paciente interrogue al médico cada vez que le receta algo. Preguntar por qué se lo prescribe, qué beneficios aporta, qué efectos adversos tendrá, si hay otras alternativas. Si el paciente muestra una actitud resistente, es más probable que los fármacos que le receten estén justificados.

Entrevista original:


lunes, 22 de septiembre de 2014

Una nación de vidiotas

NUEVA YORK – El pasado medio siglo ha sido la era de los medios masivos electrónicos. La televisión reformuló a la sociedad en cada rincón del mundo. Ahora una explosión de nuevos dispositivos mediáticos se suma al televisor: DVDs, computadoras, consolas de juegos, teléfonos inteligentes y más. Cada vez hay más evidencia que sugiere que esta proliferación de medios tiene infinidad de efectos negativos.
Estados Unidos lideró al mundo en la era de la televisión, y las implicancias se pueden ver más directamente en la prolongada relación amorosa de Estados Unidos con lo que Harlan Ellison memorablemente llamó "la teta de cristal". En 1950, menos del 8% de los hogares estadounidenses tenía un televisor; para 1960, el porcentaje había pasado a ser del 90%. Ese nivel de penetración en otros lugares se demoró muchas más décadas, y los países más pobres todavía no han alcanzado esa cifra.
Como era de esperarse, los norteamericanos se convirtieron en los mayores telespectadores del mundo, lo cual probablemente siga siendo válido hoy en día, aunque los datos son un tanto imprecisos e incompletos. La mejor evidencia sugiere que los norteamericanos miran más de cinco horas por día de televisión en promedio -un número sorprendente, dado que se pasan varias horas más frente a otros dispositivos que transmiten video-. Otros países registran muchas menos horas frente a la pantalla. En Escandinavia, por ejemplo, el tiempo que la gente pasa mirando televisión es aproximadamente la mitad que el promedio en Estados Unidos.
Las consecuencias para la sociedad estadounidense son profundas, perturbadoras y una advertencia para el mundo -aunque probablemente llegue demasiado tarde como para ser tenida en cuenta-. Primero, mirar mucha televisión reporta escaso placer. Muchas encuestas demuestran que es casi como una adicción que ofrece un beneficio a corto plazo que conduce a una infelicidad y a un remordimiento de largo aliento. Estos espectadores dicen que preferirían mirar menos televisión de la que miran.


Read more at http://www.project-syndicate.org/commentary/a-nation-of-vidiots/spanish#jdTb4HXiEMArCaTS.99

viernes, 12 de septiembre de 2014

Sociedades de control

Por Gustavo Santiago.
Publcado en La Nación

En varios textos, Deleuze retoma las consideraciones de Foucault acerca del poder disciplinario y plantea algunas novedades acerca de ellas. Fundamentalmente, lo que sostiene es que Foucault estuvo acertado en el análisis de los centros de encierro como la fábrica, la prisión, la escuela, los hospitales. El problema es que la sociedad actual está dejando de ser aquella analizada por Foucault. Por ello, anuncia:
Todos los centros de encierro atraviesan una crisis generalizada: cárcel, hospital, fábrica, escuela, familia [ ]. Los ministros competentes anuncian constantemente las supuestamente necesarias reformas. Reformar la escuela, reformar la industria, reformar el hospital, el ejército, la cárcel; pero todos saben que, a un plazo más o menos largo, estas instituciones están acabadas. Solamente se pretende gestionar su agonía y mantener a la gente ocupada mientras se instalan esas nuevas fuerzas que ya están llamando a nuestras puertas. Se trata de las sociedades de control, que están sustituyendo a las disciplinarias.
Foucault había centrado su análisis en instituciones que se caracterizaban por ser lugares a los que los sujetos se veían obligados a ingresar e impedidos de salir por cierto tiempo. Instituciones en las que, más allá de los objetivos explícitos -brindar conocimientos, cuidar la salud, proporcionar empleo-, lo que se pretendía era disciplinar a los individuos de modo que pudieran resultar útiles al sistema. A través de dispositivos en los que se atendía a la individuación al mismo tiempo que a la inclusión de esos individuos en ámbitos masivos, se formaban sujetos fuertes pero dóciles y obedientes. Si bien cada una de estas instituciones operaba de un modo semejante, el paso de una a otra implicaba siempre un comienzo desde cero. A Deleuze le gusta repetir el cantito que acompaña usualmente esas situaciones: el niño al que, mientras está en la escuela, se le dice: "ya no estás en tu casa"; el joven al que en su trabajo le dicen: "ya no estás en la escuela".
Para Deleuze, los tiempos de la sociedad disciplinaria, como hemos visto, están terminando. Pero eso no significa que el panorama sea muy alentador: "Es posible que los más duros encierros lleguen a parecernos parte de un pasado feliz y benévolo frente a las formas de control en medios abiertos que se avecinan".
A diferencia de lo que sucedía en la sociedad disciplinaria, en las actuales sociedades de control el acento no se coloca en impedir la salida de los individuos de las instituciones. Al contrario, se fomenta la formación on-line , el trabajo en casa. Sin horarios, sin nadie que esté vigilando. De lo que se trata ahora no es de impedir la salida, sino de obstaculizar la entrada. No es sencillo acceder a puestos de privilegio, a posgrados de nivel internacional o a medicinas que contemplen la atención domiciliaria. Para poder hacerlo, hay que superar diversos obstáculos, entre los cuales el principal es el económico: "El hombre ya no está encerrado, sino endeudado". No sólo resulta difícil ingresar; también es muy difícil permanecer. Pero los privilegios de "pertenecer" hacen que se extremen los esfuerzos por cruzar la barrera.
Cuando el niño salía de la escuela, sentía el alivio de abandonar el encierro. Es verdad que ingresaba a la casa, pero las leyes de la casa dejaban atrás las de la escuela. Cuando el obrero regresaba de la fábrica, podía tomarse un respiro; el tiempo del trabajo había terminado, al menos hasta el día siguiente.
En la actualidad, la supuesta libertad del tiempo abierto resulta un elemento de control mucho más fuerte que el encierro. Ya no se necesita tener a un empleado confinado bajo llave ni vigilado para que trabaje. Se le da la posibilidad de que haga su tarea en su casa, sin horarios, en su tiempo libre. Pero ese empleado sabe que si él no hace su trabajo en tiempo récord otro lo hará por él, quitándole su lugar; que si no tiene su celular encendido permanentemente, poniendo todo su tiempo a disposición de la empresa (la expresión full time pasó ahora a ser entendida literalmente), su jefe de equipo llamará a otro empleado "más comprometido con el trabajo". De modo semejante, quien se capacita on-line no lo hace en su "tiempo libre" sino quitándose horas de sueño, porque sabe que si no "se actualiza" permanentemente dejará de pertenecer a un grupo "de privilegio". "Estamos entrando en sociedades de control que ya no funcionan mediante el encierro, sino mediante un control continuo y una comunicación instantánea."
Todo es flexible, todo es líquido, todo se resuelve con el "track track" de la tarjeta de crédito. Pero cada vez que usamos la tarjeta, cada vez que enviamos un e-mail o que miramos una página de Internet, vamos dejando rastros, huellas. Vamos diciendo qué consumimos, con qué nos entretenemos, qué opinión política cultivamos. Y cuanto más dentro del grupo de pertenencia está un individuo, más se multiplican sus rastros. Todo eso forma parte de un enorme archivo virtual que permite, entre otras cosas, "orientar" nuestro consumo.
No se nos confina en ningún lugar, pero somos permanentemente "ubicables". No se nos interna en un hospital pero se nos somete a medicinas "preventivas" y "consejos de salud" que están presentes en cada instante de nuestra vida cotidiana, que nos hacen decidir qué tomar, qué comer, cómo conducir un automóvil. No hacemos el servicio militar ni -si tenemos la fortuna suficiente- somos convocados a participar en el ejército. Pero vivimos "militarizados" por el miedo que los medios de comunicación nos infunden de que las "bandas urbanas" nos asesinen por un par de zapatillas.
Hay alternativas posibles ante una situación como esta?
 Ciertamente, las hay. Y varias, íntimamente relacionadas. En una entrevista realizada por Toni Negri, Deleuze sostiene:
En Mil mesetas se sugerían muchas orientaciones, pero las principales serían estas tres: en primer lugar, pensamos que una sociedad no se define tanto por sus contradicciones como por sus líneas de fuga, se fuga por todas partes y es muy interesante intentar seguir las líneas de fuga que se dibujan en tal o cual momento. [ ] Y hay otra indicación en Mil mesetas : no ya considerar las líneas de fuga en lugar de las contradicciones, sino las minorías en lugar de las clases. Finalmente, una tercera orientación consistiría en dar un estatuto a las "máquinas de guerra", un estatuto que no se definiría por la guerra sino por una cierta manera de ocupar, de llenar el espaciotiempo o de inventar nuevos espaciotiempos: los movimientos revolucionarios [ ] y también los movimientos artísticos, son máquinas de guerra.
El sistema, por más que se esfuerce por tener todo bajo control, no lo consigue. Siempre hay orificios por los que se produce un escape, una fuga. Siempre hay flujos que ponen en peligro la estabilidad. Por ello, para Deleuze, el camino no es la confrontación entre clases, sino detectar y reforzar esas líneas de fuga que puedan conducir, a través de las máquinas de guerra, a nuevos espaciotiempos.
Ante un sistema que pretende bloquear el deseo, circunscribirlo a las líneas segmentarias, que pretende que cada individuo aparezca "modulado" por una misma frecuencia, lo que hay que hacer es ver qué líneas de fuga se presentan o cuáles se pueden construir, por dónde puede abrirse paso lo inesperado, el acontecimiento, el "devenir revolucionario" que produzca una transformación.
¿Significa esto aspirar a una toma de poder? No, porque eso sería intentar ser mayoría. La salida está en los devenires minoritarios. Deleuze aclara que las categorías de "mayoría" y "minoría" no tienen que ver con una cuestión de cantidad. Una minoría puede ser numéricamente mayor que una mayoría. Lo que las diferencia es que las mayorías responden a un modelo, a un patrón, y establecen jerarquías de pertenencia a partir de ese patrón. Quien más se acerca a él más poder tiene. En un sentido abstracto, el patrón occidental es el varón, adulto, propietario, citadino, de clase alta. Quien aspire al poder deberá intentar aproximarse lo más que pueda a ese patrón. Es el caso, por ejemplo, de muchas mujeres que se dedican a la política y que, en lugar de producir una transformación en la política, terminan asumiendo características tradicionalmente sostenidas por los varones. Es decir, juegan su mismo juego, pretendiendo mostrar que son mejores que ellos. Otro ejemplo podría ser el de los niños que son insertados en el mundo mediático adulto. Las publicidades o los programas que protagonizan muestran "adultos en potencia", no niños. Muestran futuros hombres exitosos, en plena sintonía con la frecuencia del sistema. Ante esto, Deleuze postula la necesidad de un "devenir-mujer" o de un "devenir-niño" de las mujeres y de los niños, pero también de los varones. Lo que no se puede es "devenir-hombre", porque "el varón adulto no tiene devenir". ...l es el patrón, su dominio es la historia, no el devenir. Y las minorías se reconocen, justamente, en la fuga de ese poder dominante.
Por esto dice Deleuze que, a pesar de sentirse un pensador de izquierda, no cree en la posibilidad de un gobierno de izquierda. "Gobierno" e "izquierda" son términos contradictorios: "Pienso que no hay gobiernos de izquierdas [ ]. En el mejor de los casos, lo que podemos esperar es un gobierno favorable a determinadas exigencias o reivindicaciones de la izquierda. Pero no existe un gobierno de izquierdas, porque la izquierda no es una cuestión de gobierno".
No se trata de luchar por una toma del poder, o del gobierno, sino de abrir posibilidades a un ejercicio creador de la potencia, a una puesta en funcionamiento de las máquinas de guerra artísticas, revolucionarias; de ser capaces de crear nuevos espacios, nuevos tiempos no regidos por el mercado, sin modelos ni patrones, abiertos a lo desconocido: "Lo que más falta nos hace es creer en el mundo, así como suscitar acontecimientos, aunque sean mínimos, que escapen al control, hacer nacer nuevos espaciotiempos, aunque su superficie o su volumen sean reducidos [ ]. La capacidad de resistencia o, al contrario, la sumisión a un control, se deciden en el curso de cada tentativa".
En definitiva, se trata de apostar por la micropolítica: "Toda posición de deseo contra la opresión, por muy local y minúscula que sea, termina por cuestionar el conjunto del sistema capitalista, y contribuye a abrir en él una fuga"


jueves, 4 de septiembre de 2014

Bauman: “Hemos perdido el arte de las relaciones sociales”

Publicado en El Pais
Hay que replantearse el concepto de felicidad, se lo digo totalmente en serio”. El hombre que bautizó este tiempo de incertidumbre comomodernidad líquida repara durante gran parte de la conversación en el deseo más universal de la humanidad. El filósofo y pensador Zygmunt Bauman (Poznan, Polonia, 1925) cree que se nos ha olvidado cómo alcanzarla: “Generamos una especie de sentido de la culpabilidad que nos lo impide”.
Bauman recaló recientemente en la capital para ofrecer una conferencia en la Universidad Europea de Madrid a propósito de su último libro Sobre la educación en un mundo líquido, publicado en 2013. La conversación transcurre en una mesa de reuniones, frente a una botella de agua que apenas toca y un gran ventanal. Y ahí, con un gesto grave como su voz, profundiza sobre la felicidad, la crisis económica, las redes sociales o la juventud. “La búsqueda de una vida mejor es lo que nos ha sacado de las cuevas, un instinto natural y perfectamente comprensible, pero en el último medio siglo se ha llegado a pensar que es equivalente al aumento de consumo y eso es muy peligroso”, señala el premio Príncipe de Asturias 2010. Con mirada enérgica, anima a cambiar los referentes: “Hemos olvidado el amor, la amistad, los sentimientos, el trabajo bien hecho”. Lo que se consume, lo que se compra “son solo sedantes morales que tranquilizan tus escrúpulos éticos”, despacha el filósofo que, a sus 88 años, arranca y despide el encuentro matutino fumándose una pipa de tabaco y un cigarro.
Describe un círculo vicioso familiar a propósito de la asociación de felicidad y consumo. El padre o la madre que dedican parte del sueldo a comprar la consola al hijo, porque se sienten culpables al no dedicarles tiempo. Le hacen el regalo, pero el modelo queda obsoleto pronto y se comprometen a facilitarle el siguiente. “Para pagarlo necesitarán más éxito profesional, estar más disponibles para el jefe, usar un tiempo que quitarás a tu familia...”.
Zygmunt Bauman no tiene teléfono móvil ni perfil en las redes sociales, pero “desgraciadamente” se ve obligado a observarlos de cerca: “No tengo más remedio que interesarme por estos fenómenos por motivos profesionales”. Abomina de ellos porque considera que invaden todos los espacios y diluyen las relaciones humanas. “El viejo límite sagrado entre el horario laboral y el tiempo personal ha desaparecido. Estamos permanentemente disponibles, siempre en el puesto de trabajo”, dice.
No le gusta el papel que juegan en la vida laboral y tampoco el que suplantan, en su opinión, en las relaciones personales. Se acuerda de Mark Zuckerberg, que ideó la red Facebook para ser un chico popular. “Claramente ha encontrado una mina de oro, pero el oro que él buscaba era otro: quería tener amigos”.
“Todo es más fácil en la vida virtual, pero hemos perdido el arte de las relaciones sociales y la amistad”, se detiene. Las pandillas de amigos o las comunidades de vecinos “no te aceptan porque sí, pero ser miembro de un grupo de en Facebook es facilísimo. Puedes tener más de 500 contactos sin moverte de casa, le das a un botón y ya”.


martes, 26 de agosto de 2014

CONTRADICCIONES

Publicado en QUEBRANTANDO EL SILENCIO

No acabo de adaptarme a esta vida tan bipolar que llevo, siempre en una lucha constante entre lo que me dictan la conciencia y el medio en el que vivo.

Es sorprendente la cantidad de contradicciones con las que uno se puede encontrar en su vida diaria y, el cómo afrontarlas y asumirlas forma parte de la estrategia vital de cada uno y así conseguir mantenerse cuerdo en un mundo tan extraño y ajeno para cualquiera que sea capaz de situar en el primer plano de sus principios la libertad y el respeto a cualquier forma de vida.

En no pocas ocasiones hablamos de un sistema explotador que arrasa con la naturaleza y con la vida sin ningún reparo; de una maquinaria primaria de la muerte que actúa por todo el mundo aniquilando vidas humanas con una creciente efectividad; de una maquinaria secundaria (grandes transnacionales, grandes bancos y toda la jauría de inversores) que actúa con extremada eficacia en el exterminio humano. En pos del máximo beneficio económico dictaminan en qué partes del planeta la gente debe morir de hambre, determinan qué enfermedades y de qué manera van a incidir sobre los seres vivos del planeta, decretan qué tierras deben ser arrasadas y sobreexplotadas en pos del bien de la humanidad cuyas nefastas consecuencias pagamos y seguiremos pagando con creces durante toda la vida.

De todo esto y mucho más hablamos y discutimos, nos posicionamos claramente en contra y en muchas ocasiones participamos en acciones y proyectos de protesta y de alternativa a todo ello (al menos esa es la idea con la que lo hacemos). Sin embargo, no podemos obviar dónde vivimos y cuáles son los códigos imperantes en esta sociedad, las relaciones interpersonales que mantenemos de forma más o menos deseada (amistades, familia, vecindario, entorno laboral y/o educativo…) y nuestra relación con el poder imperante. Es en este vasto ámbito donde surgen esas contradicciones diarias entre nuestra manera de hacer y vivir y nuestra forma de pensar y sentir. La distancia entre ambas define un interrogante cuya respuesta nos encamina hacia dos vías que transcurren entrecruzándose a lo largo de los tiempos. Obviamente, las vías tienen diferentes grados porque son muchas las variables que les afectan.

Por un lado, tenemos a las personas conscientes que sufren con dichas contradicciones y tratan de acortar la distancia entre su vida real y su vida ideal con todo el desgaste que eso supone. La capacidad de ir superando o, por lo menos, encajando estas contradicciones en nuestra forma de vida va directamente ligada a la profundidad de los valores e ideales de cada uno. Esta vía exige un esfuerzo constante y estar dispuestos a aceptar en muchas ocasiones la incomprensión del entorno inmediato. Por supuesto, supone estar dispuesto a enfrentarse a la violencia del sistema a todos los niveles (económico, social, policial, judicial…) pero sin duda, lo más difícil es enfrentarse a uno mismo; mantener esa coherencia íntima que permite mantener la cordura para seguir avanzando y no dejarse ir ni sucumbir a los cantos de sirena de una sociedad consumista que ofrece oportunidades de evasión mental sin fin.

Por otro lado, nos encontramos con esas personas que no consideran que existe ninguna contradicción a pesar de la enorme distancia que hay entre aquello que predican y lo que hacen en su vida. Mejor dicho, o no existen o las consideran absolutamente insalvables y por el momento no hay nada que puedan hacer con ellas. Ésta es una posición de todo o nada (concretamente revolución o nada) y como tal, concentra sus esfuerzos en esa hipotética revolución que no acaba de llegar, mientras tanto se trata de pasar la vida lo mejor posible entre discursos y soflamas.

Cualquiera de las dos vías es respetable, personalmente me identifico con la primera vía aunque reconozco que me cuesta muchísimo superar ciertas contradicciones y muchas veces veo un poco lejano el horizonte de cordura que me gustaría alcanzar. Sinceramente, ya no creo en el discurso de revolución o nada y cada vez creo menos en las personas que lo defienden pero soy consciente que cada uno tiene su forma de afrontar la existencia y sus propias contradicciones.


Siempre he sido partidario de tratar de ser lo más coherente posible con mis ideas, eso es lo que puedo aportar a los demás y a mi mismo.

lunes, 4 de agosto de 2014

Paren el mundo, me quiero bajar

Ni la infinita sabiduría de Mafalda podría arreglar tanta irracionalidad junta


Así lo dijo Mafalda, en su madura precocidad. Agobiada por los conflictos y las guerras, compartía su angustia con millones de seguidores. Y así se sienten algunos hoy, abrumados por este mundo en el rollercoaster, como dirían los gringos, y además intentando darle sentido. Misión imposible, por cierto, escribir sobre un mundo que en las últimas semanas hasta parecer haberse salido de su eje. Párenlo, aquí hay alguien que se quiere bajar, como Mafalda.

Aquel mundo del que se quejaba Mafalda estaba marcado por la rivalidad ideológica. Eran los años de la Guerra Fría. Cada conflicto había que traducirlo en términos de esa conflagración latente. África, el Medio Oriente, América Latina y, por supuesto, Europa, todo era reducible a la disputa entre dos órdenes mutuamente excluyentes. La Guerra Fría operó así como un instrumento cognitivo, equipado además con un mapa, fundamental para interpretar y narrar la realidad.

Pero no fue solo un tranquilizante analítico para el observador. También fue un conjunto de mecanismos de poder—arreglos e instituciones internacionales—que sirvieron para acotar, limitar y racionalizar esos mismos conflictos. Había guerras, pero eran hasta cierto punto guerras controladas, cuyo límite superior estaba situado allí donde creciera el riesgo de las armas atómicas. Donde y cuando el escalamiento se acercara peligrosamente al botón nuclear, la disuasión se hacía presente.

A riesgo de la melancolía—siempre desaconsejable—y confesando mi muy reciente conversión al neorrealismo—es que no hay nada como corroborar hoy el valor predictivo del pronóstico de ayer—ante el desorden, la confusión y la violencia desmedida de hoy, aquel mundo más organizado se extraña. Pero no es solo por eso, que ya sería bastante. También se añora por culpa del ultra-maniqueísmo en boga, donde todos toman partido, aun sin saber de qué se trata, y se van alineando a favor o en contra. Son actos de fe, más que actos de comprensión intelectual. Y eso contribuye por cierto a que el mundo de hoy no solo deprima, sino que también haga enloquecer con su irracionalidad.

Allí está el ejemplo de Gaza, donde un extremismo se justifica por la existencia del otro, revelando la mutua necesidad de una guerra permanente que no tiene ni tendrá un vencedor posible. En la brutalidad de ambos al atacar indiscriminadamente a la población civil—si bien en proporciones diferentes—parecería que el objetivo no es debilitarse mutuamente sino lo contrario. La capilaridad de Hamas se profundiza en una población muy joven, sin futuro y masacrada, el cliente natural del radicalismo. Netanyahu logra a su vez cumplir su propia profecía, según la cual solo el control territorial y los asentamientos pueden contener a Hamas. Y mientras tanto, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, también secuestrado por los maniqueos de un lado y del otro, es incapaz hasta de condenar con la debida firmeza el ataque israelí a una escuela creada y administrada…por las Naciones Unidas.

Está Siria, que ya ni siquiera es noticia en los periódicos, un genocidio indetenible. Y está Irak y su fragmentación, donde el califato islámico de Mosul no solo está determinado a modificar las fronteras del estado creado en las postrimerías de la Primera Guerra, sino también a borrar cualquier vestigio de toda identidad, cultura y religión que no se ajuste a su particular lectura del Corán. Y nadie presta demasiada atención a Libia tampoco, donde una guerra civil en curso ya ha disuelto el gobierno de Trípoli sin que ninguna fuerza política mínimamente organizada parezca estar en condiciones de reemplazarlo.

En Europa, por su parte, “fragmentación” también es el título de su historia. Putin alienta en Ucrania los mismos objetivos, y con los mismos métodos terroristas, que padece en Chechenia y Daguestán, con la salvedad que los separatistas pro-rusos tienen un verdadero ejército dándoles inteligencia, logística y misiles para derribar todo lo que pase por arriba de sus cabezas. Sin embargo, Crimea y Donetsk no son más que una versión violenta y autoritaria de lo que se ve en otras partes de Europa; una Europa xenófoba como antaño. La diferencia de método no es trivial, pero no obstante si en los plebiscitos escoces y catalán triunfara el independentismo, nadie podría asegurar que la oleada secesionista terminaría allí. En tal caso, la pregunta obligada—y el enorme temor implícito—será la mismísima definición e inestabilidad de las fronteras, precisamente a sabiendas de que no hay institución política más importante que el mapa.

La política exterior de Obama, a su vez, no parece ser capaz de disuadir a Putin en Ucrania, ni tampoco de lograr que Holanda, aliado en OTAN, extradite un conocido represor y narco venezolano arrestado en Aruba, es decir, en su propia geografía de influencia. Uno pensaba que la DEA lograba esas extradiciones con facilidad, dada la centralidad de la lucha contra el narcotráfico en la agenda de la seguridad nacional, pero no en esta ocasión. Irónicamente, la orfandad que sienten los venezolanos ante este episodio parece coincidir con la política inmigratoria de EEUU, la cual está resuelta a deportar a miles de niños centroamericanos a sus países, donde no tienen estructuras familiares ni estatales que puedan hacerse cargo de ellos. Uno no termina de comprender cual exactamente es la amenaza que esos menores representan para la seguridad nacional estadounidense.

Así este viaje concluye en una Argentina en default, aunque para su gobierno, experto en construir la realidad a discreción, tal cosa no ha sucedido; casi el script de Wall Street III. En su propio mundo como es costumbre, Fernández de Kirchner comparó a Gaza con “los misiles del default”, en otra muestra de su enorme capacidad para banalizar la tragedia humana. Claro que en ese discurso no dijo nada del incremento del 22 por ciento del gasto público que acababa de decretar ese mismo día, perdiendo una buena ocasión para hablar de los misiles de la inflación, la caída de la inversión y el desempleo que esa decisión disparará.

Muchos en la oposición, mientras tanto, evitaron criticarla demasiado, dadas las encuestas favorables que logró por el manejo de esta crisis. Una cierta cuota de oportunismo es siempre necesaria en la política, pero tal vez olvidaron que Galtieri también fue muy popular al invadir las Islas Malvinas, popularidad que no le duró más de cuatro semanas.

Insisto: paren el mundo, me quiero bajar. Ni la infinita sabiduría de Mafalda podría arreglar tanta irracionalidad junta.

Twitter @hectorschamis