miércoles, 21 de septiembre de 2011

Zygmunt Bauman: 44 cartas desde el mundo líquido


Por José Antonio González. Publicado en El Imparcial

A la vista de éste y de otros muchos libros recientes, no es aventurado decir que Zygmunt Bauman, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades del 2010, es el sociólogo de nuestro tiempo al modo como Max Weber lo fue en los inicios del capitalismo desarrollado. Bauman nos ha ofrecido la sugerente metáfora del mundo líquido para representar las características propias de nuestro presente: un mundo que exige a sus moradores (los ciudadanos y ciudadanas del postcapitalismo) una capacidad de adaptación, doblegamiento y provisionalidad como no se había experimentado desde los albores de la Modernidad. Max Weber también propuso su propia metáfora a comienzos del siglo XX, la de la jaula de hierro de una racionalidad instrumental que el sistema capitalista desborda sobre todas las esferas sociales y que desconoce el valor moral de las acciones y los objetivos emprendidos en su nombre. Weber describió el contexto del sentimiento contemporáneo bajo el rótulo de desencantamiento, que expresaba cómo el poder de sugestión de lo mitológico y religioso había cedido su lugar a la búsqueda de la certeza positivista.

Con este libro, Zygmunt Bauman parece querer decirnos que hoy es necesario poner un poco de distancia respecto a estas categorías y el enfoque sociológico desde el que se perfilaron. A través de un fascinante estilo epistolar, de extraordinaria calidad divulgativa, el autor ofrece una cartografía prolija del mundo líquido, en el que todo fluye permanentemente al servicio de un consumo desenfrenado y en el que todos y todas estamos hiperconectados. En su interior, sin embargo, late la condición incierta de un sujeto desdichado, incapaz de encontrarse a sí mismo y a los demás en su auténtica realidad vital. A través de estas poderosas 44 cartas Bauman desciende de la palestra del teórico para proponernos un compromiso existencial por la libertad y la solidaridad. Al mismo tiempo descubre que la intensidad de su propósito no encuentra un marco idóneo en las formas de pensamiento racionalizadas de la modernidad.

El autor vierte críticas a la ideología centrada en la autonomía individual, o al concepto aún vigente de los derechos humanos, y en su lugar quiere abrir puertas a una nueva cultura de los sujetos enlazados, conmovidos por la injusticia, la opresión y la humillación de los otros. Y reconoce asimismo que carecemos de instrumentos políticos (y también filosóficos) para dar formas concretas a estas motivaciones radicales. Por eso a veces su escrito parece deslizarse por una zona de incertidumbre con resonancias mezcladas de existencialismo y cristianismo, no muy acordes con el inveterado desencantamiento del que nos habló Max Weber. Bauman tiene, en todo caso, la honestidad y la valentía de presentarnos, con todo rigor, los desafíos del tiempo presente, sumido en una crisis de consecuencias aún desconocidas. En la última carta se rememora con emoción a Albert Camus, y su llamamiento a que la propia existencia sea un acto de rebelión. Con una espléndida traducción de Marta Pino, estamos, sin duda, ante uno de los grandes aciertos editoriales en el campo del ensayo en este 2011.

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