martes, 24 de mayo de 2011

ELOGIO A LA MAQUINA


Por Alvin Reyes

La ciencia y la técnica forman dos mundos independientes pero relacionados. La máquina era una falsificación de la naturaleza, regulada y controlada por la mente de humana. La cuestión era que la invención se había convertido en deber y deseo de usar nuevas maravillas de la técnica, la necesidad de invención era un dogma, y el ritual de la rutina mecánica era el elemento de unión en la fe. Tras su aparición, la máquina se justificó a sí misma apoderándose de sectores de la vida descuidados en su ideología”. Lewis Mumford

El hombre se despertó, el sonido de una versión electrónica de una melodía de Mozart le trajo de vuelta desde el mundo de los sueños. Tomó en sus manos la pequeña maquina cuadrada que producía el sonido, la misma máquina asombrosa que le permitía hablar y compartir información con otros hombres, siempre que estuviesen dotados de artefactos similares. Sentado en la cama acercó un mando a distancia y por medio de un hilo invisible detuvo la fabulosa maquina acondicionadora de aire, que le permitía dormir fresco mientras afuera quemaba el calor tropical. Segundos después el hombre tomo otro artilugio electrónico y, de nuevo usando la magia de la invisibilidad, encendió una de las máquinas más fabulosas.

El aparato rectangular brilló y las imágenes y el sonido brotaron de aquella maravilla de la inventiva, la cual se potenciaba porque unida a ella estaba conectada otra pequeña máquina en forma de cajita cuadrada que conectada a una máquina-antena sobre su techo le traía, desde miles de kilómetros, imágenes del mundo entero. Y así en pocos minutos, el hombre se enteró de cosas que pasaban lejos de la tranquilidad de su casa por medio de la magia de los satélites. Se dirigió después a su cuarto de baño donde un pequeño aparatito que zumbaba como un abejón le quita la barba de tres días. Que fabulosos era contar con todas estas maravillas de la ciencia del hombre.

Ya vestido para el trabajo otra máquina eléctrica le preparó un café que degustó mientras ignoraba cuantas maquinas se habían puesto en movimiento para que a esa hora de la mañana el disfrutara de ese aromático café. Salió de su apartamento sin preocuparse de los cinco pisos que debía descender porque un aparato ascensor lo llevaría cómodamente a la superficie.

Y entonces debajo del edifico donde vivía estaba el aparcamiento donde se guardaba una de las maquinas supremas. Una de los ingenios mecánicos más admirando por este y todos los hombres. La de nuestro personaje era particularmente hermosa, estilizada, un todo terreno equipada con todos los artilugios y juguetes que solo la ciencia del hombre podría inventar para que el desplazarnos sobre el planeta no sea un mero recorrido de distancia, sino un placer al que todos teníamos derecho. Millares de horas hombres y horas maquina se han invertido en el desarrollo de este portento de comodidad y lujo para que este y otros hombres disfruten del placer de conducir por la calles de la ciudad. Orgulloso trepó a su máquina y por medio otra vez del dominio de las leyes del electromagnetismo abrió la puerta de la calle sin descender de su vehículo. Y salió al mundo.

Las calles estaban atestadas de máquinas similares a las de nuestro héroe, mientras se movía lentamente entre las demás máquinas, cuyos movimientos eran regulados por máquinas que cambiaban de colores a intervalos regulares, el hombre pensaba en su incómoda situación al ir atento al volante, pensaba que los ingenieros de las fábricas de máquinas-automotoras debían diseñar maquinas capaces de dirigirse, previa programación, al lugar de destino mientras él podía tranquilamente leer el periódico o usar su máquina computadora portátil sin preocuparse de las demás maquinas, si, posiblemente ya los ingenieros estaban pensando en eso, ese era su trabajo, pensar a diario en nuestra comodidad, cada día debían de hacernos la vida más fácil, ese era el fin último de la tecnología.

Los párrafos descritos arriba parecen ser el sueño que describieron en sus novelas Isaac Asimov y H. G. Wells, pero no es ficción, es el mundo real, es el ahora. Deje de leer estas líneas un momento y mire a su alrededor. Lo primero es que si está leyendo esto usted está dotado de una máquina-computadora o lo está leyendo desde, como les gusta decir a muchos, un dispositivo móvil, o, si está más en la “onda” desde un Ipad. Puede estar en un ambiente de aire acondicionado o al menos las aspas de un abanico le refrescan el calor de Santo Domingo o de la ciudad donde se encuentre, porque gracias a las maquinas esta página ha sido leída hasta en la Republica Checa.

No estoy en contra de la máquina, en cuanto máquina. Desde la revolución industrial el hombre ha dado pasos tecnológicos gigantes que han acortado distancias, se han descubierto variedades de alimentos que han paliado el hambre, en medicina, por ejemplo no sabemos hasta donde se pueda llegar con las células madre, o sea la tecnología llegó, vive con nosotros eso es innegable, y si yo pretendiera aquí a que volviéramos a las cavernas sería más que un inepto. Pero esa misma técnica nos ha traído también grandes dolores, veamos como lo resume Ernesto Sabato: “Pero en cuanto levantaba la cabeza de los logaritmos y sinusoides, encontraba el rostro de los hombres. En 1938 trabajaba en el Laboratorio Curie, de París. Me da risa y asco contra mí mismo cuando me recuerdo entre electrómetros, soportando todavía la estrechez espiritual y la vanidad de aquellos dentistas, vanidad tanto más despreciable porque se revestía siempre de frases sobre la Humanidad, el Progreso y otros fetiches abstractos por el estilo; mientras se aproximaba la guerra, en la que esa Ciencia, que según esos señores había venido para liberar al hombre de todos sus males físicos y metafísicas, iba a ser el instrumento de la matanza mecanizada”. (Ernesto Sabato. Hombres y engranajes. Reflexiones sobre el dinero, la razón y el derrumbe de nuestro tiempo).

Esa tecnología que glorificamos, ahora como nunca, también se ha utilizado para sembrar la muerte y la desolación, en el pasado como ahora. Dice Albert Speer en sus memorias que la enormidad de los hechos cometidos por Hitler se debió a que este se aprovechó de la técnica para masificarlos.

En este momento hay una peligrosa glorificación de la máquina, antes se decía “tanto tienes tanto vales” ahora es cuantos juguetes tienes, eso vales. Las personas que por alguna razón, sea económica o por decisión propia, tiene un equipo celular móvil de al menos un año de antigüedad se le denosta con “un estas atrás” o “estas quedao”. Como es posible que una sociedad se deshumanice al punto de ver la calidad de vida de una persona por el celular que tiene o por el tipo de vehículo que conduce. Fíjense que él diseño de los autos todo terreno está hecho de tal forma que producen la imagen de grandeza, fíjense si no, en una Hummer, un vehículo monstruoso cuyo único objetivo es humillar. Repito las maquinas son importantes en nuestra vida, pero no al punto de convertirlas en dioses.

Quiero terminar dejando esta reflexión de un hombre que estuvo en el centro del conflicto más terrible del siglo XX y quizá de toda la historia de la humanidad. Me refiero al arquitecto Albert Speer, arquitecto del tercer Reich, primero, y luego Ministro de Armamento y Producción Bélica del Reich, el tribunal de Núremberg le condenó a 20 años de cárcel en la prisión de Spandau:

Cuanto más se tecnifique al mundo mayor es el peligro…Como antiguo ministro de unos armamentos altamente desarrollados, es mi último deber constatar aquí que una nueva gran guerra acabaría destruyendo toda cultura humana y toda civilización. Nada impediría a una técnica y una ciencia que hubiesen escapado a nuestro control consumar la obra de aniquilación del ser humano que han iniciado ya en esta guerra tan terrible……Todos los estados del mundo corren el riesgo de caer bajo el terrorismo de la técnica….Por lo tanto cuanto más se tecnifique el mundo será más necesario que, en contrapartida, se fomente la libertad individual y el respeto de cada hombre hacia su propia dignidad……El complicado aparato del mundo moderno puede, mediante impulsos negativos que se incrementan mutuamente, descomponerse de forma irremisible. Ninguna voluntad humana podría detener esa evolución si el automatismo del progreso diera otro paso en su marcha hacia la despersonalización del hombre y lo privara cada vez más de la responsabilidad de sus propios actos”. (Albert Speer. Memorias. Editorial Acantilado. 2008. Pags.923-924,929)

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